Jaime, el chef que sueña con enseñar a otros lo que más le apasiona  

El sueño de Jaime para el futuro es ser profesor de gastronomía. “Yo fui testigo de que los profesores tienen la capacidad de ilusionar y potenciar a los estudiantes, motivándolos a seguir adelante”, afirma. Inspirado por esta visión, está decidido a devolver lo que la cocina le ha dado, ayudando a las nuevas generaciones a encontrar su camino en este apasionante arte.  

Jaime Guzmán, chef con más de nueve años de experiencia y una trayectoria que lo ha llevado a liderar cocinas de reconocidos restaurantes en Talca, tiene como insignia culinaria un plato único: cebolla asada con sal de mar, rellena con puré de coliflor, acompañada de un cremoso de pan y coronada con espuma de vino. “Me gusta innovar, mezclar y crear”, confiesa Jaime. Pero alcanzar este nivel de excelencia no fue fácil; su trayectoria está marcada por esfuerzo, perseverancia y pasión.  

Su primer contacto con la cocina nació en el calor del hogar, inspirado por su madre y abuela, quienes preparaban con dedicación platos caseros para las reuniones familiares. Jaime siempre valoró esos momentos, y esa conexión especial con la cocina influyó profundamente en su vida.  

Hace 11 años, al enfrentarse a la decisión de continuar sus estudios en la modalidad científico-humanista o elegir una especialidad técnico-profesional, Jaime optó por Gastronomía en el Colegio Juan Piamarta de Talca. En aquel entonces, la cocina aún no gozaba de la popularidad que más tarde alcanzaría junto con el auge de los concursos televisivos. Su decisión no fue sencilla: su padre no estaba de acuerdo, considerándolo un ámbito predominantemente femenino. Sin embargo, Jaime, convencido de que era un camino prometedor y apasionado por la idea de explorar algo fuera de lo común, decidió seguir adelante. Fue una elección que no solo desafió expectativas, sino que también definió el rumbo de su vida.  

En un principio, Jaime pensó que la especialidad sería más sencilla, pero pronto descubrió que el mundo de la cocina ofrecía posibilidades infinitas: combinaciones, técnicas y platos que desafiaban su creatividad y habilidades. En aquellos años, la falta de insumos modernos hacía que el trabajo en la cocina fuera aún más exigente. Sin embargo, lejos de intimidarse, abrazó ese desafío con responsabilidad y dedicación. De la mano de grandes profesores, quienes le brindaron la confianza necesaria, Jaime no solo aprendió a superar las dificultades, sino también a convertir su pasión en un camino de crecimiento y excelencia.  

Tras egresar del colegio, realizó su práctica en el Eco Hotel de Talca, donde sus días consistían en preparar ingredientes para los platos que luego ejecutaría el chef principal. Su dedicación y talento no pasaron desapercibidos, y al poco tiempo le ofrecieron quedarse trabajando. En menos de un año, ascendió a jefe de turno. “Fue una experiencia muy bonita”, rememora. Su plato predilecto de esa etapa era el asado de tira cocinado durante 24 horas en una máquina especial, acompañado de una salsa con toques de chocolate y acompañada de champiñones y pimientos asados, una delicia que aún evoca con orgullo.  

La carrera de Jaime tomó un impulso notable cuando asumió la dirección del restaurante Baco, reconocido como el mejor de Talca. Durante ese período, fortaleció su vínculo con el Colegio Piamarta, su alma mater, al establecer una alianza para recibir estudiantes en práctica, demostrando su gratitud y compromiso con la formación de nuevas generaciones.  

Hasta el día de hoy, Jaime mantiene contacto cercano con sus antiguos profesores, quienes siguen siendo una referencia clave en su desarrollo profesional. Recibe de ellos orientación valiosa sobre temas como la proyección de personal, nuevas técnicas culinarias y preparaciones innovadoras. Por su parte, los docentes lo invitan con frecuencia a compartir su experiencia y trayectoria con los estudiantes, inspirándolos con su ejemplo. En más de una ocasión, Jaime ha colaborado con ellos para preparar algunos de sus platos más destacados y elogiados, reforzando así una relación que trasciende lo profesional y celebra el espíritu colaborativo de la cocina.  

A pesar de su éxito profesional, Jaime no pierde de vista los desafíos que marcaron su camino. Convertirse en padre a los 20 años lo impulsó a encontrar en su trabajo no solo una pasión, sino también una herramienta para sacar adelante a su familia. “Hoy en día, todos piensan en la universidad como el único camino, pero hay que ser realistas y entender que no siempre es la mejor opción para todos”, reflexiona.  

Aunque no continuó estudios superiores, Jaime nunca dejó de aprender. Ha hecho de los viajes por el país una fuente inagotable de inspiración, explorando diversos estilos de cocina y observando en acción a reconocidos chefs. “Después de cada viaje, soy capaz de plasmar lo aprendido en el restaurante de una forma única”, comenta con entusiasmo, dejando claro que la experiencia y la curiosidad son pilares fundamentales en su constante evolución como chef.   

Entre sus anécdotas más memorables se encuentra haber cocinado para Don Francisco, quien pidió uno de sus platos estrella de ese momento, un asado de tira con verduras asadas, y lo llamó personalmente para felicitarlo. Otra experiencia especial fue preparar un exquisito risotto de mariscos para el dúo musical Jesse & Joy durante una de sus giras, ocasión que quedó inmortalizada en una selfie llena de sonrisas.  

“Aunque suene cliché, para mí la gastronomía es mi vida completa”, asegura Jaime con emoción. Es una profesión que comparte con su pareja, el camino que le ha permitido viajar por el país, conocer a personas y profesionales de diversos rincones, y, lo más importante para él, la base sobre la cual ha logrado formar una familia, el motor de todo su esfuerzo y dedicación.  

El sueño de Jaime para el futuro es ser profesor de gastronomía. “Yo fui testigo de que los profesores tienen la capacidad de ilusionar y potenciar a los estudiantes, motivándolos a seguir adelante”, afirma. Inspirado por esta visión, está decidido a devolver lo que la cocina le ha dado, ayudando a las nuevas generaciones a encontrar su camino en este apasionante arte. 

Libro “Cracks TP: Historias de sueños y logros en estudiantes de la EMTP”

El proyecto “Cracks TP” en su segunda versión, presenta las historias personales y la trayectoria académico-laboral de diversos jóvenes egresados de establecimientos técnico profesionales de todo Chile.

Así en el presente libro, se recopilan los relatos de diez jóvenes, de diversas regiones del país, emprendedores, innovadores, valientes y talentosos, comprometidos con las comunidades educativas que los formaron, que hoy están contribuyendo de múltiples maneras y desde diversas disciplinas, y que son un referente de lo que puede lograrse desde la educación TP.

Alannis, la profesional en Electromecánica que transforma estereotipos en liderazgo 

En el Liceo Politécnico de San Joaquín (RM), la orientación vocacional es un proceso integral que permite a los y las estudiantes explorar todas las especialidades técnico-profesionales del establecimiento desde primero medio. Este enfoque asegura que, al llegar a tercero medio, puedan tomar decisiones informadas sobre su especialidad, basándose en sus intereses y en cómo ésta se conecta con su proyecto de vida. 

Para Alannis, este proceso fue una experiencia reveladora. Aunque inicialmente se sentía atraída por la especialidad de Electricidad, al pasar por las diferentes áreas descubrió que su verdadera pasión estaba en Electromecánica – disciplina que combina la electricidad y la mecánica para diseñar, construir y mantener sistemas y equipos. A pesar de que solo un 5% de estudiantes de esa especialidad son mujeres, eligió seguir el camino que realmente la inspiraba y romper los estereotipos de género.  

Su decisión no solo marcó un hito personal, sino que también la conectó con su historia familiar. Su padre, un experimentado tornero —profesión que consiste en fabricar piezas precisas para maquinaria y equipos industriales— había estudiado en el mismo liceo y compartido las aulas con el mismo profesor de especialidad que ahora enseñaba a Alannis. La conexión generacional quedó clara cuando al enterarse de quién era su padre, el docente comentó con orgullo: “Esta cabra es igual de buena que su papá”. 

El liceo también ofrece un modelo de educación dual que combina clases teóricas con aprendizaje práctico en empresas. Alannis completó su formación dual y su práctica en Nestlé, donde trabajaba en el mantenimiento de las líneas de producción. Fue ahí donde su maestro guía la alentó a postular al programa Estatuto Joven de la empresa, una modalidad que permite a los empleados trabajar y estudiar simultáneamente. 

Ese momento marcó el inicio de un vertiginoso desarrollo académico y profesional. Cinco años después, Alannis sigue en Nestlé, ahora ocupando un alto cargo. Fue la única de su generación en completar una carrera en ingeniería electromecánica en INACAP, demostrando que la perseverancia puede abrir puertas incluso en contextos dominados por hombres. Sin embargo, su camino no estuvo exento de desafíos. “Todavía se cree que las mujeres no tienen manos para la mecánica”, comenta. Cuando escuchaba comentarios como “tienes que cuidar tus manos, porque yo me enamoré de mi señora por sus manos”, respondía con firmeza: “¿Y a mí qué me importa?”. 

Esa actitud desafiante y de confianza en sí misma también la mostró desde el principio en su trabajo. Cuando llegó a Nestlé y se asignaron tareas solo a los hombres, Alannis se levantó y demostró que podía realizarlas igual o mejor. Esa determinación le permitió ganarse rápidamente el respeto de sus colegas y avanzar en su carrera. 

En poco tiempo, Alannis pasó de ser técnica en mantenimiento a desempeñarse como administrativa en el rol de custodia de activos fijos, aprovechando al máximo todos los cursos que la empresa le ofreció. Más adelante, comenzó a colaborar con el equipo de planificación de mantenimiento, lo que le permitió adquirir experiencia y ampliar sus habilidades. Hoy, se desempeña como planificadora de mantenimiento y su labor consiste en gestionar y coordinar las tareas del equipo, además de supervisar la logística de los repuestos. Su rol exige una combinación de planificación estratégica, gestión operativa y programación detallada, áreas en las que ha demostrado destacarse. “Creo que vieron en mí mucha actitud y entusiasmo”, reflexiona Alannis, orgullosa de su crecimiento dentro de la compañía. 

A sus 22 años, Alannis no descarta seguir estudiando. Su consejo para los y las jóvenes es claro: “Nunca dejen los estudios por el trabajo. Si se necesita el dinero, se pueden hacer las dos cosas”. Su meta está bien definida: establecerse en un campo cerca de Puerto Varas, en el sur de Chile, y liderar como gerenta una planta de Nestlé en la zona. 

Al mirar hacia atrás, Alannis destaca con gratitud el apoyo de su profesor de especialidad, cuyos constantes incentivos la hicieron creer en sí misma. “Esos buenos comentarios terminan formándote, te hacen sentir bien y saber que tú puedes”, asegura. También reconoce el acompañamiento de la psicóloga del colegio, quien la ayudó a superar su dispersión y a desarrollar la responsabilidad que hoy la define. Y, por sobre todo, el apoyo incondicional de su familia, quienes siempre confiaron en sus habilidades y aspiraciones. 

Alannis está convencida de que la clave para superar las adversidades de trabajar en sectores tradicionalmente dominados por hombres radica en su empoderamiento y competencia. “Con una actitud firme y un carácter decidido, puedes destacarte y demostrar, paso a paso, que los estereotipos de género no definen ni limitan las capacidades de nadie”, asegura.  

Sebastián, el joven que abrazó sus desafíos con determinación

En Chile, el 12% de los estudiantes de Educación Media Técnico Profesional (EMTP) tienen Necesidades Educativas Especiales (NEE), un porcentaje significativamente superior al 7% en la educación científico-humanista. Sebastián Monjes es uno de ellos. Diagnosticado con Trastorno del Espectro Autista (TEA), Sebastián suele enfocarse intensamente en aquello que le interesa, mientras que otras cosas simplemente no captan su atención. Su futuro profesional, en un principio, era parte de estas últimas. No tenía claridad ni mucho interés en qué camino tomar. Sin embargo, su amor por la tecnología terminó siendo la brújula que lo guió a elegir la especialidad de Telecomunicaciones en el Liceo Patricio Mekis, en la comuna de Maipú, Región Metropolitana. 

Elvis Arancibia, coordinador de innovación TP del liceo, recuerda que el equipo docente adoptó una estrategia clave para captar y mantener el interés de Sebastián: trabajar en torno a sus pasiones. Esto implicaba plantear metas claras y concretas que lo motivaran a canalizar su energía. “Muchas veces esa energía era casi obsesiva“, comenta Elvis. Un ejemplo memorable fue cuando Sebastián decidió reunir dinero para comprar cartas de ‘Yugioh’, su gran pasión en ese momento. Para lograrlo, se ofreció a ayudar a la directora del liceo con cualquier tarea que necesitara. Ella aceptó, y Sebastián se convirtió en asistente de Elvis durante ese tiempo. Esa colaboración no solo le permitió alcanzar su meta, sino también fortalecer la relación con su entorno. 

Sebastián destaca que lo que más valora de su paso por el liceo fue el apoyo constante de sus profesores, quienes siempre estuvieron disponibles para resolver sus dudas y guiarlo. Este acompañamiento fue clave para que viviera una experiencia positiva, aunque confiesa que “los estudiantes muy desordenados” lo irritaban, ya que era algo que no toleraba fácilmente. 

Una de las vivencias más significativas de su tiempo en el liceo fue el proyecto que desarrolló junto a un compañero para la feria vocacional anual, un evento que ayuda a los estudiantes de segundo medio a elegir una especialidad. Decidieron construir un piano de metal que, al presionar las teclas, debía responder a un código y emitir un sonido particular. Sebastián, que a veces descansaba en sus compañeros cuando perdía interés en las tareas, esta vez asumió un rol más activo porque su compañero tenía limitaciones de tiempo debido a su trabajo. 

A pesar de semanas de esfuerzo, reemplazando componentes y armando y desarmando el piano, nunca lograron que funcionara como esperaban. Lo que podría haber sido una gran frustración se convirtió en una lección importante. Su profesor de especialidad valoró no solo el trabajo técnico, sino el esfuerzo y la dedicación que ambos pusieron en el proyecto, calificándolos positivamente. Ese reconocimiento dejó una marca en Sebastián, dándole confianza para enfrentar futuros retos con una perspectiva más resiliente. 

Gracias a una alianza entre el liceo y el Centro Inclusivo de Reciclaje (CIR), Sebastián realizó su práctica profesional revisando equipos electrónicos donados, desarmándolos y clasificando sus componentes. Su compromiso y habilidades llamaron la atención, y con el tiempo asumió más responsabilidades hasta convertirse, un año después, en supervisor de un equipo de aproximadamente 10 personas. 

Hoy, Sebastián lidera ese equipo, que se dedica a clasificar materiales como cartón y plástico para reciclaje. Además de supervisar el trabajo, lleva un registro diario de los resultados. Si bien socializar es algo que resulta desafiante para él, ha encontrado formas de manejar esas interacciones. En este sentido, ha sido especialmente importante el respaldo de su jefe y otros especialistas del CIR, como la psicóloga, quienes lo han ayudado a manejar situaciones que le resultan más delicadas, como cuando se presentan problemas personales o emocionales de los integrantes del equipo. 

Mientras trabajaba en el CIR, Sebastián decidió dar un paso más en su formación y estudió Técnico en Programación en el Duoc de manera vespertina. Combinar trabajo y estudios fue un desafío enorme, pero lo superó gracias a la flexibilidad horaria que le ofreció el Centro y al apoyo de su familia, que buscaba maneras de aliviar su carga con gestos simples pero significativos, como prepararle sus comidas favoritas cuando se sentía estresado. 

Ahora, con su título técnico finalizado, Sebastián tiene un nuevo objetivo: convertirse en Ingeniero en Programación. Quiere abrir nuevas puertas y explorar mayores oportunidades laborales, consolidando su trayectoria en el mundo de la tecnología, un área donde ha encontrado no solo su pasión, sino también su propósito. 

En noviembre, Sebastián será reconocido durante la ceremonia de titulación TP del Colegio Patricio Mekis con el premio “Líderes del Mañana 2024”. Este galardón, inaugurado este año, destaca a exalumnos que, con el sello TP del liceo, están marcando la diferencia y generando cambios significativos en el mundo. 

Catalina, una promesa de la programación nacida en el corazón rural de Curicó

A fines de 2022, Canal 13 transmitió la emocionante final del concurso Solve for Tomorrow de Samsung, en colaboración con Fundación País Digital. Más de 1.700 estudiantes de todo el país participaron en esta competencia, con la misión de desarrollar proyectos innovadores que resolvieran problemas de sus comunidades, usando STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) como herramienta principal. Los cinco equipos finalistas se presentaron en pantalla, llenos de adrenalina y expectativa mientras aguardaban los resultados. El equipo ganador recibiría un ‘kit tecnológico’ que incluía una tablet, un celular, audífonos inalámbricos y un reloj, junto con el reconocimiento nacional. 

Cuando finalmente anunciaron al equipo ganador, proveniente de la región del Maule, Catalina apenas podía creerlo. ¡Su proyecto Agrodetect—un dispositivo capaz de detectar el exceso de pesticidas en el ambiente y enviar alertas a través de una aplicación móvil—había triunfado! 

Al terminar la transmisión en Canal 13, sus padres la llamaron emocionados desde Curicó, llenos de orgullo e incredulidad por lo lejos que había llegado su hija. “Ellos sabían que yo no era así… El cambio en mi personalidad fue realmente importante”, reflexiona Catalina, recordando cuánto había crecido en el camino.  

Catalina Muñoz siempre ha vivido en las afueras de Curicó, en una zona agrícola, junto a su madre, quien se dedica al hogar; su padre, conductor de colectivos; y su hermana mayor, asistente de aula, que vive con su hijo. De personalidad tímida e introvertida, Catalina solía mantenerse al margen del contacto social. Sin embargo, algunos vecinos programadores lograron ganarse su confianza y compartir con ella su pasión por la tecnología. Este acercamiento despertó en Catalina un interés genuino. Para alguien de naturaleza introspectiva, la programación se convirtió en un espacio seguro y estimulante, alineado con su afinidad natural hacia lo digital. 

Catalina sintió su primer impulso hacia la modalidad técnico-profesional al ver el camino que había tomado su hermana mayor en el Liceo Juan Terrier Daly (JTD). Inspirada por ese ejemplo, decidió que también quería una educación práctica que le brindara habilidades concretas y valiosas para su futuro. La certeza sobre su elección llegó durante una feria vocacional organizada por el emblemático liceo de Curicó. Al observar a estudiantes y profesores manipulando robots que ellos mismos habían creado, Catalina sintió una conexión inmediata y poderosa. En ese instante, supo con absoluta claridad que la programación sería su camino. 

Para Catalina, el camino hacia su egreso de la especialidad no fue sencillo. En el JTD, se utilizaba el aprendizaje basado en proyectos, una metodología que desafiaba constantemente a los estudiantes a trabajar en equipo, ser creativos y presentar sus ideas en público una y otra vez. “Al principio, me ponía muy nerviosa, pero salir de mi zona de confort y conversar con personas mayores, como mis profesores y directivos, fue invaluable. Siempre me brindaron espacio y me transmitieron confianza en mí misma”, recuerda Catalina. Hoy, está convencida de que la educación técnica le dejó como el mayor regalo el desarrollo de sus habilidades sociales.  

Durante tercero medio, motivada por su profesor Roger Méndez, Catalina se inscribió en numerosos concursos de innovación. Pasaba más tiempo en el colegio que en su propia casa: entraba a las 8 de la mañana y, en ocasiones, se quedaba hasta las 9 de la noche trabajando con sus compañeros, afinando el proyecto y buscando áreas de mejora. Su familia la apoyaba siempre, pero buscaban que no se sobre exigiera, ya que ella solía ser muy demandante consigo misma, especialmente en el ámbito académico. Su padre la esperaba cada noche afuera del colegio para llevarla de vuelta a casa. Catalina también recuerda con cariño a los compañeros que, aunque no formaban parte de su equipo, se quedaban para acompañarlos, distraerlos y apoyarlos. “El apoyo del liceo, de mi familia y de mis compañeros fue fundamental para mí”. 

Poco a poco, Catalina experimentó una transformación personal. Pasó de ser una joven tímida y de bajo perfil a convertirse en alguien con capacidades para trabajar en equipo y defender sus propuestas. Además, ganó confianza para conducir entrevistas con adultos, indagando en las problemáticas que enfrentaban en su día a día. Fue así como, entrevistando a un familiar, su equipo identificó la idea que los llevaría a ganar el concurso: alguien cercano había sufrido una intoxicación por pesticidas, un problema frecuente en su entorno agrícola. 

Actualmente, Catalina cursa su primer año en la carrera de Analista Programador en INACAP. “Ha sido bastante difícil porque el método de enseñanza es diferente, pero me estoy acostumbrando y siento que el liceo me dejó una base muy sólida”, afirma. Es la primera de su familia en ingresar a la educación superior. Además, espera continuar su trayectoria educativa al finalizar la carrera, por lo que ya tiene en mente conseguir un segundo título de Ingeniera en Informática. 

Hoy, Catalina sueña con utilizar la tecnología para mejorar la calidad de vida de las personas. Su experiencia en el liceo, donde logró desarrollar una solución que impactó positivamente en su comunidad, marcó un antes y un después en su vida. Y está decidida a seguir ese camino. 

Fernanda, la joven que desafía estereotipos de género en minería

Fernanda Sola creció en Alto Hospicio, una comuna cercana a Iquique, en una familia donde los hombres —tíos, primos y hermanos— siempre estuvieron vinculados a la minería, trabajando en empresas como Collahuasi, Quebrada Blanca y Cordillera. Su padre, camionero de ruta durante muchos años, transportaba cargas peligrosas a nivel nacional. Fernanda, la única hija mujer, veía con admiración y un poco de envidia cómo su padre invitaba a sus hermanos a acompañarlo en algunos viajes, mientras ella soñaba con ser parte de esas aventuras. “Al crecer, entendí que era complicado; ese sector estaba dominado por hombres, y cualquier descuido podía ser peligroso. Pero que me dijeran que no, solo hacía que me interesara aún más”, recuerda. 

Desde pequeña, Fernanda sintió una fascinación por la minería, rodeada de referentes masculinos. “A veces tomaba sus libros, los ojeaba y me imaginaba en ese mundo de grandes maquinarias”, cuenta. Sin mujeres que la inspiraran en su entorno, tuvo que forjar su propio camino. A los 11 años, logró convencer a su padre, pese a su resistencia inicial, para que le enseñara a conducir en los desérticos caminos cercanos a su casa, tal como lo había hecho con sus hermanos. 

La perseverancia de Fernanda no se detuvo ahí. Desde joven comenzó a practicar motocross, un deporte que compartían su padre y hermano inicialmente. Al principio, los tres se turnaban en la misma moto para las carreras, pero con el tiempo, Fernanda decidió que quería una moto propia. Comenzó a trabajar en un almacén cerca de su casa y, poco a poco, consiguió auspicios que le permitieron comprar una moto con puños rosados, como siempre había imaginado.  

Uno de los mayores apoyos para practicar motocross vino de su colegio, el Liceo Bicentenario Minero, al que ingresó en segundo medio. El sticker de la institución y el pendón la acompañaban en cada carrera. Pero el liceo le ofreció más que apoyo deportivo; le brindó una oportunidad que cambiaría su vida: ingresar en tercero medio a la especialidad de Minería. “Recuerdo que en el liceo teníamos un simulador de camión minero y podíamos practicar e imaginar cómo sería trabajar en una mina. Mezclar lo teórico con lo práctico nos motivaba y nos daba una base excelente para el futuro”, relata. 

Esta oportunidad fue posible gracias a una alianza con la minera Collahuasi, que dotó al liceo del mejor equipamiento para la enseñanza. Además, la alianza ofrecía a los estudiantes con mejor rendimiento académico y comportamiento la posibilidad de realizar su práctica profesional en la empresa. Fernanda fue una de los 10 seleccionados de entre 70 postulantes para hacer su práctica como operadora de camión de extracción minera, un logro que marcó el inicio de su trayectoria en la industria. 

“Haber quedado para hacer mi práctica fue una inmensa satisfacción, porque era donde yo quería estar. Mis padres estaban muy felices: ‘Hija, tienes que hacerlo bien, no tomar ninguna licencia’, me decían”. El primer día de su práctica, Fernanda estaba muy nerviosa; la empresa era reconocida a nivel nacional, y le costaba creer que pronto estaría manejando uno de esos enormes camiones. 

Hoy, siete años después, Fernanda sigue desempeñándose como operadora de camión de extracción en la minera. De los 600 operadores de la empresa, solo un 7% son mujeres, lo que refleja el desafío que implica abrirse paso en un rubro históricamente masculino. Su rutina sigue un exigente sistema de turnos 7×7: trabaja siete días seguidos en la mina, con jornadas de 11 horas y una pausa para almorzar, y luego descansa siete días. El ritmo laboral ha sido todo un reto, especialmente porque es madre de un niño de 2 años y medio. Durante su semana de trabajo, su familia cuida de su hijo, y al terminar cada turno, lo busca de inmediato para aprovechar al máximo su tiempo juntos. Sin embargo, este sacrificio también ha implicado perderse momentos importantes, como navidades y cumpleaños, así como dejar de lado su pasión por el motocross, un deporte de alto riesgo, para evitar licencias médicas que puedan afectar su carrera. 

Sin embargo, todo su esfuerzo ha dado frutos. Fernanda ha asumido más responsabilidades dentro de la empresa y hoy es maestra guía para los estudiantes que, como ella años atrás, realizan su práctica en la minera. “Es gratificante porque me hacen compañía en un trabajo que puede ser muy solitario”, comparte. Su empleo también le ha permitido estabilizar a su familia en momentos económicos difíciles, cumplir el sueño de mudarse a La Serena —una ciudad que desde pequeña anhelaba vivir, cuando iba de visita donde algunos familiares—, y tener su propia casa. 

En cuanto a sus metas futuras, Fernanda aspira a seguir desarrollándose dentro de la empresa, apuntando a operar palas mineras, lo que también le abriría la posibilidad de acceder a una mayor remuneración. “¿Por qué no emprender y tener su negocio propio en un futuro?”, se pregunta. Sus sueños son grandes, y está convencida de que, con perseverancia, siguiendo su instinto y corazón, no hay barreras que no pueda superar. 

Diego, el joven que hizo realidad su sueño a los 24 años

Recuerda con precisión el día en que piloteó un avión solo por primera vez, un jueves. Había dormido solo dos horas, repasando cada detalle, lleno de ansiedad. Sin embargo, una vez en el aire, todo se calmó. Despegaron de un aeródromo en Colina, sin que Diego supiera exactamente qué le pedirían hacer. Su instructor le indicó que realizara un despegue y aterrizaje completo, y lo hizo perfectamente, con la serenidad de quien sabe que está en el lugar correcto. “Siento que nací para esto”, comenta. 

Desde que tiene memoria, Diego Irribarra ha sentido una profunda fascinación por los aviones. Sus padres cuentan cómo, de pequeño, lo llevaban al aeropuerto para ver despegar y aterrizar las aeronaves, y cómo Diego lloraba cuando se alejaban. Los aviones no solo dominaron sus pensamientos, sino también su habitación, repleta de juguetes aeronáuticos. Desde siempre fue evidente para todos quienes lo conocían que los aviones eran su pasión, y Diego lo tenía claro: quería ser piloto. A los 15 años, tuvo su primer vuelo como pasajero, de Santiago a Punta Arenas. “No pude dormir la noche anterior de tanta emoción, y el vuelo fue increíble (…) solo me confirmó lo que siempre supe que quería hacer“, recuerda. 

Diego vive en Pudahuel con sus padres. Cuando pequeño, en su camino diario a la escuela básica, pasaba frente al Liceo Vicente Pérez Rosales, donde observaba a los alumnos, bien presentados y organizados, irradiando disciplina. Tanto él como sus padres deseaban esa formación para su futuro, por lo que ingresó a la especialidad técnico-profesional de Construcciones Metálicas, creyendo que allí podría potenciar su creatividad. Hoy, Diego agradece su decisión: “Los profesores se aseguraban de que cada estudiante adquiriera buenos conocimientos y habilidades para el trabajo (…) Nos inculcaron mucha disciplina y perseverancia, y eso ha sido clave para mí“. 

Conscientes de su sueño de ser piloto, sus profesores lo apoyaron cuando llegó el momento de elegir su práctica profesional, logrando que fuera en LATAM, donde Diego sigue trabajando seis años después. Empezó en el taller de construcción, reparando y soldando piezas metálicas de los aviones. “Iba feliz todos los días a la práctica; mis profesores me ayudaron a encontrar la combinación perfecta para mí“, afirma agradecido. Más tarde, fue contratado como técnico en el área de cabina, lo que le permitió realizar diversos cursos y obtener su licencia de mecánico aeronáutico. “Siempre tuve clara mi meta, y vi en LATAM una oportunidad para crecer desde el primer minuto“, comenta. 

Gracias a su trabajo, Diego ha podido financiar poco a poco su carrera de piloto comercial, aunque el proceso ha sido más largo de lo esperado, ya que ha tenido que dividir su tiempo entre el trabajo y ahorrar para pagar las horas de vuelo. “Sabía lo caro que era, pero aun así me enamoré de la carrera“, confiesa. Fueron cuatro años de esfuerzo, estudio y pocas horas de sueño, hasta que, en febrero de 2024, finalmente obtuvo su licencia de piloto comercial. “Ni siquiera me puse feliz al obtener la licencia, no podía creerlo. Mis padres lloraban emocionados y me abrazaban, mientras yo aún no reaccionaba“. 

Con el tiempo, Diego ha logrado asimilar sus logros. A sus 24 años, tras superar numerosas adversidades económicas y personales derivadas del exigente balance entre trabajo y estudio, ha cumplido con todos los requisitos para acercarse a su sueño. Hoy, continúa trabajando en LATAM mientras reúne los documentos necesarios para postular como piloto. “Quiero estar volando en una aerolínea antes de que termine el año“, declara con firmeza.  

Recuerda con precisión el día en que piloteó un avión solo por primera vez, un jueves. Había dormido solo dos horas, repasando cada detalle, lleno de ansiedad. Sin embargo, una vez en el aire, todo se calmó. Despegaron de un aeródromo en Colina, sin que Diego supiera exactamente qué le pedirían hacer. Su instructor le indicó que realizara un despegue y aterrizaje completo, y lo hizo perfectamente, con la serenidad de quien sabe que está en el lugar correcto. “Siento que nací para esto“, comenta. 

Diego aconseja a los estudiantes de Educación Media Técnico Profesional que sigan sus sueños con perseverancia y no se rindan ante las adversidades, ya que estas siempre estarán presentes. Con determinación y rodeándose de las personas adecuadas, es posible superar cualquier obstáculo y avanzar. También les anima a aprovechar al máximo su tiempo de estudio y a esforzarse en cada tarea. “Siempre digo que cuando somos jóvenes debemos darlo todo, para poder descansar cuando seamos mayores y tengamos menos energía (…) Yo no me tomé pausas; solo quería cumplir mi sueño“, afirma. 

Marjorie, la joven que desafió las expectativas familiares para alcanzar nuevos horizontes

Pese a la presión de su familia para seguir adelante con su carrera universitaria, Marjorie sabía que necesitaba cambiar. Con valentía, decidió buscar nuevas opciones por su cuenta, y finalmente se matriculó en Ingeniería en Logística en INACAP, en la modalidad vespertina. “Fue la mejor decisión de mi vida”, afirma con convicción.

Desde el momento en que Marjorie Quezada se enfrentó a la decisión de continuar su educación en un colegio científico-humanista o en un liceo técnico profesional, la elección fue evidente. En su familia, comenzar a trabajar desde jóvenes era la norma: su padre, conductor de micros; su madre, reponedora en un supermercado; y su hermano, que hoy trabaja en la construcción, habían seguido ese camino. Nadie había ingresado a la educación superior antes de Marjorie, y ella no veía un destino distinto para sí misma. Así, Su principal objetivo para la educación media era adquirir habilidades que le permitieran entrar rápidamente al mundo laboral, y lo práctico de la educación técnico profesional la atrajo desde el primer momento.

Decidida a seguir una formación técnica, se matriculó en el Liceo Comercial Vate Vicente Huidobro, en su comuna de San Ramón. Cuando llegó el momento de elegir una especialidad en tercero medio, investigó cada opción con detenimiento, apoyándose en sus profesores, quienes le explicaban los campos laborales y las oportunidades de cada una. Tras sopesar sus opciones, finalmente se decidió por Logística, una especialidad que la atraía por la posibilidad de estar siempre en terreno. Fue una decisión acertada.

El punto de inflexión en la trayectoria de Marjorie llegó al realizar su práctica profesional, el último requisito para obtener su título de Técnico de Nivel Medio. El liceo la preparó para enfrentar este desafío con confianza. “Siempre nos dijeron que éramos nosotros quienes elegíamos a la empresa y no al revés”, recuerda con orgullo. Y cuando fue seleccionada como la única estudiante entre 30 postulantes para hacer su práctica en el área de Logística en Nestlé, no pudo evitar sentirse ‘en shock’. Pese al temor inicial de enfrentarse sola a una gran empresa, aceptó la oportunidad con determinación.

Durante sus últimos años de liceo, Marjorie pudo aplicar lo aprendido en su práctica con gran éxito. A pesar de ser la única practicante y la única mujer en su equipo, se desenvolvió con confianza y soltura. Con el tiempo, terminó siendo la “regalona” del grupo. Sus responsabilidades abarcaban la administración de bodegas, la realización de inventarios y asegurar que siempre hubiera material disponible para los mecánicos de mantención. “Sin nosotros, las máquinas no podían funcionar, y la producción se detenía”, comenta con orgullo. La importancia de su rol la llenaba de satisfacción, y su experiencia en Nestlé fue fundamental para su crecimiento profesional. Participó en numerosas capacitaciones que la hicieron desarrollarse aún más, lo que le permitió visualizar un campo laboral atractivo en el que se sentía un aporte valioso. Además, mejoró notablemente su autoestima y seguridad en el trabajo. “Si pudiera hablar de Nestlé lo haría mil veces. Fue una experiencia maravillosa que me abrió muchas puertas (…) Feliz volvería a trabajar ahí”, recuerda con cariño.

Gracias a su excelente desempeño, tanto en la escuela como en la práctica, Marjorie fue reconocida por su liceo como la mejor titulada de su especialidad. Este logro la impulsó a dar el siguiente paso: la universidad. Fue admitida en Ingeniería Comercial en la Universidad Alberto Hurtado, pero no todo fue sencillo. “El paso de la educación media a la universidad fue muy brusco. No tenía ninguna referencia en mi familia, ya que soy la primera en ingresar a la educación superior”, cuenta. El primer año fue difícil, no solo por las exigencias académicas, sino porque Marjorie no se sentía identificada con la carrera. La carrera tampoco le permitía trabajar, lo que económicamente fue un reto abrumador. “Definitivamente, no era para mí”, reflexiona.

Pese a la presión de su familia para seguir adelante con su carrera universitaria, Marjorie sabía que necesitaba cambiar. Con valentía, decidió buscar nuevas opciones por su cuenta, y finalmente se matriculó en Ingeniería en Logística en INACAP, en la modalidad vespertina. “Fue la mejor decisión de mi vida”, afirma con convicción.

Hoy, a sus 20 años, Marjorie está completamente motivada con sus estudios y futuro profesional. Además, trabaja en la central de colectivos de La Granja, donde se encarga de la coordinación de las rutas y la mantención del orden en los recorridos. Gracias a este trabajo, ha logrado independizarse y ahora vive con su pareja, complementando su vida laboral y académica con éxito. “Cuando tenía 17 años, jamás pensé que podría vivir sola, trabajar y estudiar al mismo tiempo… pero hoy lo hago, y mantengo mi vida estable”, comenta con una sonrisa.

Al mirar atrás, Marjorie reconoce el impacto decisivo que la educación técnica tuvo en su vida. “El liceo me enseñó todo lo que sé, y gracias a ellos soy quien soy ahora“, reflexiona con gratitud. Aprecia profundamente el acompañamiento vocacional y los conocimientos que le permitieron destacar en su práctica y enamorarse de su campo profesional, elementos que siempre llevará consigo, pues considera que fueron la base fundamental para seguir Ingeniería en Logística. Con grandes expectativas para el futuro, Marjorie tiene claro que su potencial no tiene límites. “Sé de lo que soy capaz“, afirma con determinación, lista para enfrentar los nuevos desafíos que se avecinan.

Diego Elorza, el innovador social que convirtió su startup en una ONG

En 2016, Diego Elorza fundó Urbanatika, un emprendimiento social dedicado a promover el desarrollo urbano sostenible y la regeneración ecológica en las ciudades. Su organización se especializa en planificar y ejecutar proyectos que buscan transformar los entornos urbanos en espacios más verdes, saludables y resilientes, respondiendo a los desafíos del cambio climático. Urbanatika rápidamente ganó reconocimiento, obteniendo múltiples premios y fondos tanto a nivel nacional como internacional, lo que permitió a Diego viajar a Inglaterra para explorar e innovar en el ámbito agrícola. Sin embargo, cuando el proyecto alcanzó un punto crucial, Diego decidió, tras un proceso de discernimiento ético, convertirlo en una fundación sin fines de lucro. 

Diego creció en una población de Conchalí y luego se trasladó con su familia a una villa en Quilicura, donde la parroquia desempeñaba un rol importante en la comunidad, tanto por su influencia territorial como por su fuerte conciencia social. Este sentido de responsabilidad social le fue inculcado por su abuela, una activa dirigente comunitaria. “Crecí viendo cómo el apoyo mutuo y el trabajo comunitario pueden cambiar vidas”, recuerda Diego. 

Debido a su contexto socioeconómico desafiante, sus padres vieron en la educación técnico-profesional una vía para mejorar su futuro y lo inscribieron en el Liceo Industrial Chileno Alemán, con la esperanza de asegurarle mejores oportunidades. El esfuerzo era considerable: Diego pasaba cuatro horas diarias en transporte público, combinando micro y metro para llegar al liceo y regresar a casa. Al momento de elegir una especialidad, sus profesores le recomendaron Electrónica, reconociendo su potencial y asegurándole que era la mejor opción para un futuro prometedor. No se equivocaron; Diego se destacó rápidamente en su área, y junto con su formación parroquial y comunitaria, pudo sentar las bases para su futuro en la innovación social y tecnológica. 

A pesar de su formación académica, Diego dedicaba gran parte de su tiempo a participar en una comunidad religiosa de su población, lo que lo llevó a formar una pastoral en el colegio, donde rezaban, acompañaban y escuchaban a estudiantes en situaciones difíciles. “Había una realidad súper compleja; estudiantes de familias con altos ingresos económicos y otros provenientes de contextos más vulnerables”, recuerda Diego. Esta diversidad le brindó una comprensión profunda de las desigualdades sociales. 

En cuarto medio, experimentó la formación dual, que significaba asistir solo dos días al liceo y pasar el resto de la semana trabajando a tiempo completo como practicante en una empresa de laminado de acero, donde se desempeñaba en mantenimiento electrónico. La práctica les daba a Diego y a los otros practicantes un apoyo mensual de 50 mil pesos, y en ocasiones, la empresa otorgaba un bono de $50.000 a los trabajadores contratados que hicieran alguna innovación. Aunque Diego no estaba en esa categoría, sus aportes fueron tan valiosos que hicieron una excepción: una de sus innovaciones mejoraba el rendimiento de los residuos del acero en el proceso de salida del horno, y otra estaba relacionada con sistemas de compensación de agua para las duchas. 

Estas primeras experiencias en el mundo laboral y el consejo de uno de sus profesores lo convencieron de estudiar Ingeniería en Automatización en INACAP. Los dos primeros años de estudio fueron muy fáciles para él, ya que su formación en el liceo y la experiencia en la formación dual le habían dado una base sólida que lo hacía destacar entre sus compañeros, especialmente en el manejo de la técnica, herramientas y laboratorio. 

Sin embargo, en ese momento, Diego no estaba tan motivado por los estudios, ya que se encontraba en un proceso de discernimiento vocacional con los jesuitas para decidir si su vida sería la del sacerdocio o la del matrimonio, basado en tres pilares de acción: vida apostólica, comunitaria y sacramental. Dedicaba gran parte de su tiempo a la presidencia de una agrupación social con personalidad jurídica que postulaba a fondos y apoyaba a comunidades en situaciones de alta vulnerabilidad en Quilicura, y también como coordinador de la pastoral juvenil de la parroquia Nuestra Señora del Carmen de esa comuna. 

Su participación en la parroquia lo llevó a viajar por diferentes partes de Chile, incluyendo misiones en Chiloé, el norte del país en fiestas tradicionales y otras regiones. Durante ese tiempo, reflexionó profundamente sobre su futuro. Consideró la posibilidad de convertirse en sacerdote. “En el último proceso de discernimiento, logré vincular lo que estudié con una pregunta que me surgió en una misión humanitaria en Bogotá, Colombia: ¿cómo se podría dar acceso ‘disponible’ al agua potable a la población de San Luis?” Esta pregunta fue el punto de partida para la creación de Urbanatika, su emprendimiento social que luego transformó en ONG. 

Diego ya cuenta con tres diplomados en EDTECH, Docencia Universitaria y Emprendimiento e Innovación Tecnológica. Actualmente, se desempeña como docente universitario en la carrera de Ingeniería en Automatización y Robótica en la Universidad Andrés Bello y como Ejecutivo Senior de Innovación en Transferencia Tecnológica en el área de Software y Recursos Pedagógicos en la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile. Su objetivo es cursar un doctorado, y en la actualidad, tiene dos grandes sueños en lo profesional. 

El primero está relacionado con que Urbanatika pueda crear negocios sostenibles a bajo costo: “Me frustra profundamente que una lechuga, que tiene un costo de producción entre $200 y $500, se venda por $1.000 o $1.500, y que en el Diario Financiero aparezca que una startup de cultivo hidropónico en la comuna de Quilicura -mi comuna- ha levantado 6 millones de dólares (…) y que no haya capacidad de reducir el costo de la canasta familiar”. Diego sostiene que hoy en día existe tecnología para reducir los costos de producción agrícola y está determinado a demostrarlo, ya que es necesario intervenir en la cadena de suministro, con producción sostenible, tecnificada, distribuida y local, aplicando inteligencia artificial, automatización y robótica. 

El segundo sueño de Diego es vincular a los liceos industriales de Chile y crear una red de manufactura distribuida para la industria 4.0. “Esto podría acelerar el desarrollo de la industria de I+D -investigación y desarrollo-, que está muy rezagada en Chile, además de la inversión actual del gobierno en esta materia. Tenemos la capacidad y la masa crítica para lograrlo desde los liceos técnico-profesionales.” 

El discernimiento ha sido una constante en la vida de Diego. Reflexionando sobre la educación técnico-profesional, Diego cree que estos liceos tienen una responsabilidad enorme, ya que son fundamentales para la producción del país. Muchos liceos industriales en Chile están vinculados con importantes industrias nacionales, como SOFOFA, ASIMET y la Cámara Chilena de la Construcción, entre otras. No obstante, asegura que faltan herramientas de emprendimiento y negocios sostenibles, y sugiere que nunca se debe perder de vista el factor humano: “Los liceos TP reciben estudiantes en situaciones socioeconómicas muy complejas, pero que de alguna manera sostendrán la economía del mañana si se invierte en el potencial de la manufactura local y distribuida del país”. 

Marcelo Cofré, el estudiante inquieto reconocido como el mejor profesor de Chile. 

“Como mecánico, me encantaba resolver problemas en los autos, pero era una satisfacción personal (…) En cambio, cuando me tocaba guiar a estudiantes en su práctica, veía sus avances y eso me llenaba de profundo orgullo”. 

Marcelo Cofré proviene de Cunco, una pequeña ciudad a 60 kilómetros de Temuco. Durante su etapa inicial, se destacó por ser inquieto y poco aplicado en los estudios. Al terminar octavo básico, cuando sus padres le preguntaron si quería continuar en un liceo científico humanista o en uno técnico profesional, no lo dudó: sabía que lo suyo era lo práctico. 

Para estudiar en el Liceo Politécnico Pueblo Nuevo de Temuco, tuvo que mudarse a los 14 años a una nueva ciudad, donde vivió junto a su hermano de 16 en una pequeña habitación. “Vivíamos en una pieza de tres por tres, tenía que cocinarme y organizar mis recursos… Era complicado, y la verdad es que podría haberme desordenado”, recuerda. Marcelo cree que el liceo fue clave en su trayectoria educativa y laboral. Nunca aspiró a continuar estudios superiores: “Me motivaron mucho a superarme, a creer en mí mismo… Me hacían sentir bien, con ganas de ir al colegio”, comenta. 

En primero medio, aunque se sentía atraído por la especialidad de electrónica, agradece la orientación vocacional recibida durante los primeros años en el liceo, que lo llevó a descubrir su verdadera pasión: la mecánica. Fue una decisión acertada. Recuerda con especial cariño a su profesor de especialidad, Don Juan Trillar, quien, aunque estricto, siempre fue cercano y reforzaba positivamente a sus estudiantes. Además, les motivaba a involucrarse en proyectos para la comunidad, como soldar canastos de basura para la junta de vecinos o colaborar en proyectos con la municipalidad. “En general, en los primeros semestres tenía muy buenas notas, pero me relajaba en el segundo semestre y no me importaba bajar mi rendimiento. Don Juan me hizo ver que uno debe ser consistente y esforzarse siempre”, rememora. 

Con los mejores recuerdos de su colegio, un sólido conocimiento en mecánica y motivación para seguir desarrollándose, Marcelo ingresó a Ingeniería Mecánica en INACAP. Recuerda claramente su primera clase: “Me angustié porque pensé que no sería capaz, pero con el tiempo entendí que estaba muy bien preparado y me fue excelente”. También destaca que su título de Técnico de Nivel Medio le permitió trabajar en una planta de revisión técnica desde que egresó de la educación media. Aunque su familia siempre lo apoyó económicamente, él siempre fue consciente de no pedirles demasiado. 

Tras completar su carrera, comenzó a trabajar como técnico de maquinaria en una empresa rectificadora de motores, donde rápidamente destacó por su trato con los clientes y su habilidad en herramientas y plataformas digitales, cualidades que no eran comunes entre sus compañeros. Gracias a su desempeño, le confiaron grandes clientes, y después de tres años, una de esas empresas le ofreció un trabajo. 

La oportunidad era atractiva, así que la aceptó, se capacitó y se certificó como Técnico de Automotores en Electricidad, desempeñándose allí durante tres años. Sin embargo, lo que más le motivaba en ese trabajo era la posibilidad de trabajar con estudiantes en práctica. “Me identificaba con ellos y quería que aprendieran, trataba de enseñarles lo más posible, corrigiéndoles tanto en lo práctico como en sus actitudes”, cuenta. Con el tiempo, esa interacción con los estudiantes se convirtió en la parte más gratificante de su trabajo. Como mecánico, me encantaba resolver problemas en los autos, pero era una satisfacción personal (…) En cambio, cuando me tocaba guiar a estudiantes en su práctica, veía sus avances y eso me llenaba de profundo orgullo”, reflexiona. 

Luego, como en una escena de película, mientras leía el Diario Austral, vio un anuncio para un puesto de profesor en el Liceo Politécnico Pueblo Nuevo, su antiguo colegio. Con la ayuda de su esposa, rápidamente armó su currículum y lo entregó personalmente. “Fue una sensación muy extraña volver al colegio después de 10 años; estaba cambiado, remodelado”, recuerda. El proceso de selección fue rápido, y el colegio apostó por él, ofreciéndole igualar las condiciones laborales de su antiguo empleo, a pesar de que buscaban a alguien con menos horas y sueldo, lo que confirmaba que era la persona indicada para el cargo. 

Después de 18 años como profesor de mecánica en el mismo colegio, Marcelo sigue firmemente comprometido con la docencia. Su pasión es evidente en sus logros: junto a su equipo docente y el departamento de prácticas y titulación del establecimiento, elevó el porcentaje de estudiantes que realizaban prácticas profesionales del 35% al 85%. Además, implementó ‘Mecánicos en Acción‘, un proyecto que surgió ante la preocupación de un estudiante que sentía que no había aprendido lo suficiente durante la pandemia. Fuera del horario escolar, reparaban autos de docentes, vecinos y miembros de la comunidad, inspirando a los estudiantes y fortaleciendo su confianza. ‘Mecánicos en Acción’ se convirtió en un referente nacional de innovación, ganando el concurso ‘Elige Innovar’ y posicionando al Liceo Politécnico Pueblo Nuevo como un centro de excelencia en educación técnico-profesional. 

Otro de sus proyectos emblemáticos es “Socioemociónate con el desafío go kart”, un programa que combina la enseñanza de habilidades técnicas con el desarrollo de la inteligencia socioemocional. Este proyecto invita a estudiantes que no pertenecen a la especialidad de mecánica, y que enfrentan problemas en el ámbito de la convivencia, a construir autos junto a sus compañeros de mecánica. Compartir y trabajar en equipo les ha permitido no solo aprender una habilidad técnica, sino también desarrollar la capacidad de gestionar sus emociones y mejorar sus relaciones interpersonales.  

En 2023, Marcelo fue galardonado con el prestigioso “Global Teacher Prize”, convirtiéndose en el primer docente de la Educación Técnico-Profesional en recibir este reconocimiento a nivel nacional. Este premio celebra a los educadores que han hecho contribuciones excepcionales a la profesión y a la vida de sus estudiantes. Para Marcelo, y para todo el país, fue un momento de gran orgullo. 

Actualmente participa activamente en el Consejo Asesor Técnico Profesional del Ministerio de Educación, como una extensión natural de su compromiso y liderazgo con la mejora continua de la educación técnico-profesional en Chile, la cual afirma que “no solo equipa a los estudiantes con habilidades técnicas, sino que también les brinda la oportunidad de desarrollarse integralmente y alcanzar sus sueños“.